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Un cuento de jueves

¡Hola libre lector!
Bienvenido a este jueves de la Birthday Week semana en la que como regalo por mi cumpleaños os ofrezco un post diario.




Hoy, te voy a ser sincera, no tenía ni idea de lo que contarte, así que he ido a Twitter a ver que se cocía por ahí y el único hastag que me ha llamado la atención es el de: #FelizMiércoles (si, escribo las entradas el día de antes para que no me pille el toro) y he pensado, oye, pues si tengo que hacer la entrada del jueves, ¿porque no busco relatos o novelas que se ambienten o empiezan un jueves? ¡Que gran idea!

Y esto es lo que he encontrado:
NADA


Así que he pensado en haceros un relato, ambientado en un jueves. Madre mía lo que me está costando esta Birthday Week.
Allá va:

Jueves, siete de diciembre. Siempre me había gustado el número siete, desde aquella vez en la que, de pequeña un cuenta-cuentos de una biblioteca que dibujaba mientras leía su relato. Al finalizarlo hizo un sorteo entre los niños que estábamos allí sentados, frente a él, embobados por su cuento y el movimiento de sus pinceles sobre aquella cartulina que poco a poco se transformaba en la portada de su relato.
-Pensad un número del uno al diez.
El siete era el número ganador, y yo, me llevé orgullosa aquel dibujo que ahora está colgado en una de las paredes de mi dormitorio.
Pero lo cierto, es que, ahora, jueves siete de diciembre, me preguntaba de que narices trataría aquel relato. No lo recordaba. Era incapaz de recuperar aquella historia que siendo solo una niña, me entusiasmó.
Solo conservaba aquel dibujo: Un niño, subido, colgado de las ramas de un manzano.



¿De que hablaría tal cuento? Puede, que de un niño granjero, o de un árbol parlante, o mejor aún de un manzano cuyas manzanas te daban el don de poder volar, por eso el niño, con los pies en el aire, se sujetaba en una de sus ramas.
Podría escribir mil relatos, de tan solo, una imagen.
Me senté en la cama y empecé a observarlo, pero no podía recordar.
Arranqué, desesperada, pero con cuidado, la cartulina de mi pared, y tras esta, había escrito un título: El árbol generoso.
Busqué entonces el título en Internet, y encontré que había un cuento titulado así, escrito por Sherl Silverstain.
Salí de casa corriendo, en busca de una librería y lo encargué. Lo compré pocos días después intrigada ante aquella historia, emocionada. ¡Al fin iba a leer aquella historia!, seguro que sería maravillosa, recuerdo oírla embobada, y que al final me encantara.
Era un cuento corto, con muchos dibujos y pocas letras. Lo leí entero en menos de dos minutos, pero lo releí y releí, y allí estuve media hora.

No, ese no era el cuento que recordaba, sin duda. No era un mal cuento, y de hecho me sonaba cada palabra, es decir que sí, aquel era el cuento que leía el cuenta-cuentos.
Pero no me gustó lo suficiente, recordaba que me había gustado más. Aunque, claro, escuchar un cuento de niña, no era lo mismo que ahora, de adulta, donde mi imaginación estaba vetada por el mundo adulto.
Pero, lejos de quitar el dibujo de mi habitación imaginé otras historias y cada noche, pensando una, me iba a la cama feliz.

Hasta aquí el relato/ entrada de hoy, pero tranquilos, no os voy a dejar con las ganas de saber de que va el cuento y el porque de la frase final, os dejo un enlace de una cuenta-cuentos que nos narra este maravilloso cuento, es muy cortito, dura solo cinco minutos: Cuento del árbol generoso

Y sí, este relato es real, no recordaba el cuento del cual tenía aquel dibujo que cuelga en una de las paredes de mi habitación.

Si os ha gustado, para este y otros relatos os dejo mis redes sociales ¡Hasta mañana libre lector!:



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