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CH2O


 ADVERTENCIA: Este relato contiene imagenes (tanto visuales como literarias) desagradables que pueden dañar tu sensibilidad. Y quiero aclarar que se trata de un relato fictício, de terror, que en ningún momento concuerda con la realidad ni refleja mi opinión sobre los temas que trata.

RECOMENDACIÓN: Para disfrutar del relato al 100% recomiendo escuchar una de estas canciones (a poder ser con auriculares y a un volumen considerable)




 




CH2O:

Las escaleras del sótano estaban mojadas, un hilo de un líquido apestoso cuyo olor me resultaba familiar cubría el mármol de las baldosas centrales. Subí extrañada, no se podían sacar muestras, tal vez alguien llevara un bote goteante de formol.


Oí un sonido, como si alguien tosiera desde el piso de arriba. Era extraño, normalmente, a esas horas los alumnos se habían ido, en la universidad solo quedábamos los doctorandos, los profesores que nos dedicábamos a la investigación y los limpiadores. Tuve la precaución de no pisar por allí por donde el líquido viscoso había pasado. Cuando llegué a la primera planta el charco parecía hacerse más grande y luego desaparecer. Se habrían dado cuenta de la fuga, o eso pensé.

Miré a ambos lados del pasillo en busca de Trini, la señora de la limpieza de los martes y jueves, pero no hallé ni rastro de ella. Entré en el baño de señoras, la luz del fluorescente parpadeó hasta encenderse de golpe, y allí, entre la luz y la sombra me pareció ver la silueta de un hombre de espaldas entrando en uno de los cuartos de baño.
Aterrorizada, me quedé paralizada un instante, agarrada a mi bandolera. Después, analicé la situación con mente fría. Seguramente fuera alguien que se estaba cambiando o poniéndose el uniforme. O que sé yo, puede que a alguna pareja de estudiantes les hubiera dado un calentón.

Me agaché para mirar por debajo de las ranuras que separaban la puerta del suelo para comprobar si allí había dos, o cuatro pies tras él único baño cerrado.
Habían dos, empapados en formol, blancos, macerados, llenos de heridas limpias, abiertas, de aspecto gelatinoso que dejaban a la vista los tendones extensores y vainas tendinosas. Los reconocí al instante.
La puerta se abrió dándome un fuerte golpe en la cara. Fue tan brutal que hizo que me chocara contra la pared de enfrente. Noté como la sangre discurría desde mi nariz hasta mi mentón con fluidez. La toqué con incredulidad, viendo como mis manos temblaban. Ni siquiera noté dolor alguno, el miedo paralizaba todos mis sentidos. Notando como mis músculos de la nuca se negaban a obedecer las órdenes de mi cerebro giré la cabeza, notando el temblor en todo mi cuerpo. Era él.


-Sangre.-Susurró en una voz ronca parecida a la de un fumador. Sonrió mostrando mejor la luxación de su mandíbula inferior, la falta de algunos dientes y la abertura izquierda que mostraba sus huesos del cráneo y boca, fruto de los estudiantes de odontología.-Hace años que me la arrebatasteis. Dijo clavando sus uñas en el antebrazo, buscando una de sus arterias, que arrancó como si se tratase de un hilo, sobrepasando su piel creando un sonido semejante al del celo separándose de una superficie. Aparté la vista, me mareé tanto que vi imposible levantarme.
-¡Mírame!-Ordenó.-¡Esto es lo que le habéis hecho a mis venas! Míralas, rellenas de látex de dos colores para que esos imbéciles sepan distinguir una vena de una arteria.
Giré lentamente mi cuerpo viendo como la arteria cubital sobresalía de su antebrazo, colgaba de él como si fuese un cable.
-No puede ser real, esto no está pasando.-Susurré casi sin voz.


-Oh querida, claro que sí.- Dijo abriéndose la cicatriz suturada de su pecho, exponiendo sus pulmones y corazón esteriles pero atrofiados. Su corazón latía pese a no bombear nada, sus órganos funcionaban. Grité sin poder evitarlo. Me agarró del cuello con sus uñas afiladas debido a la deshidratación que sufría un cadáver, parecían más largas, pero sabía que era la piel la que era más pequeña. Me levantó del suelo sin que yo pudiera respirar.
- Nadie te oirá, aun así, cállate. Aquí estoy, entre muerto y vivo. Si tomamos por definición de vivo la que dais siempre en las clases, no envejezco, mis células son siempre las mismas, no me curo, no me reproduzco, pero sin embargo, estoy aquí, ante ti, con los pies abiertos, los musculos sobresalidos, pinchados y alargados cientos de veces. Las tripas toqueteadas, recortadas, los dientes arrancados y empastados. ¿Te doy miedo?- Dijo sonriendo.-Tú también acabarás así. Sé lo que piensas, que fue por voluntad propia, que yo doné mi cuerpo.-Pronunció levántandome más asfixiándome por completo. -Lo doné para que se usará una vez, pero llevo aquí más de veinte años escuchando como esos jóvenes son cada vez más estúpidos.
Sonrió de nuevo abriendo mucho los ojos, vidriosos, putrefactos me miró, disfrutando de mi falta de oxígeno, esa que me obligaba a clavar mis uñas en sus manos intentando soltarme, aunque fuera inútil, no sentía dolor alguno.
-No quiero descansar en paz, no pienso perdonar la vergüenza que me hacéis pasar, a los estudiantes irrespetuosos tratándome como si fuera un objeto.-Dijo clavando lentamente sus uñas a los lados de mi garganta.-Mi arteria favorita, como la tuya, siempre ha sido la carótida. Diseccionémosla.
Noté sus fríos dedos contra mi piel, palpándola, y en cuanto sus uñas, como si de un bisturí se tratasen, cortó mi piel produciendo aquel sonido que siempre me había desquiciado parecido al de cortar un trozo de cuero.
Empecé a gritar por el dolor, o, al menos, a intentarlo, pues nada salió de mis cuerdas vocales. Era como en esas pesadillas en las que intentas pedir ayuda pero tu voz no te obedece. Palpó mi vena con precisión notándola como un cordón duro y flexible, la agarró con fuerza  provocando un sonido repugnante y justo antes de que pudiera sacarla de mi cuerpo, me desperté.

Estaba tumbada en mi cama, eran las cuatro y media de la mañana, la cabeza me dolía, y como un acto reflejo, corrí al baño para vomitar entre sudores fríos. Me miré en el espejo toqué nerviosa mi cuello comprobando que seguía intacto y mi frente para ver que allí no había ningún golpe.



A la mañana siguiente no pude volver a la morgue, mucho menos a trabajar con aquel cadáver. Lo peor: no fui la única en soñar aquello, en ver a aquel hombre, en oír sus palabras. Muchos eran los que suplicaban su incineración. Jamás retiraron su cuerpo.



¡Hasta aquí el relato de hoy!
Espero que os haya gustado. Hasta la fecha no había escrito nunca nada del género de terror. Este ha sido mi primer intento. Si os ha gustado/ dejado mal cuerpo, compartidlo.
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