Capítulo 3: Malos tiempos:
Hacía años, tal vez décadas. Pero de nuevo, me encontraba
vistiendo incomoda ropa de mujer.
Aun así, he de reconocer que aquel enorme vestido me favorecía,
me hacía parecer elegante.
Me miré al espejo del vestuario al terminar de vestirme con
ayuda de los funcionarios de maquillaje y vestuario, y casi no me reconocí.
Jamás me hubiera podido permitir un vestido tan elegante.
Miré mi pelo recogido en un manojo de trenzas que se enroscaban a por toda mi
cabeza.
Me acerqué aún más al espejo haciendo sonar mis zapatos
contra el suelo, tenían poco tacón aun así hacían un sonido esplendido. Toqué
mis clavículas que parecían sobresalir más que nunca y rocé con la yema de los
dedos mis cicatrices, algunas pequeñas y otras más largas y anchas, pero todas
igual de importantes.
En aquel instante empecé casi sin quererlo, a pensar en
quien y que me había convertido. A veces, pensaba que solo era más que un
soldado, tenía pesadillas horribles llenas de sangre y espadas. Me encantaba
ser general, saber manejar la espada con altanería: mejor que nadie.
Pero lo que había perdido por el camino, era casi o más
importante que lo que había conseguido. Empezando por buenos compañeros y
acabando por mi padre, al cual intenté salvar de la guerra, en vano.
¡Maldito Darrow!
-Podemos taparlas con maquillaje si no quieres que se vean.
-Me dijo una mujer con brocha en mano.
-No, gracias, estoy bien así, si alguien me pregunta me
inventaré cualquier excusa.
Ella asintió y se marchó a otra parte.
Alcé mi falda, en ambas piernas tenía atadas dos espadas y
en el tobillo una daga. Puede que tardará un poco en sacar las armas, pero sin
duda estaban bien ocultas.
Cuando salí Gorka estaba fuera, vestido de una forma igual
de elegante que la mía. Casi ni parecía pirata, a excepción de su parche en el
ojo ni rastro quedaba ya de aquella casaca roja que tan orgulloso se sentía de
haber robado. También iba armado,
llevaba una espada atada a la cintura.
Sostenía una carpeta entre sus manos. Supuse que leía los
detalles de la misión.
Me miró de reojo y me dijo en un tono casi inaudible:
-Te queda bien el vestido.
-Tu tampoco estas mal. -Susurré quitándole la carpeta de las
manos, leyendo lo que allí ponía.
En esta misión yo sería doña Camila de Santillana, prima de
los marqueses de Santillana, y Gorka, mi simple guardia espaldas, un criado a
mi servicio.
Pensaba que Gorka se quejaría, pero, al contrario, pareció
agradecerlo:
-Así no deberé hablar con vos demasiado.
- ¿Tanto me odiáis?
-Os odiaría menos si no fuerais general.
Rei sarcásticamente y dije:
-Como buen ladrón, la autoridad te provoca pavor.
-Como buen ladrón, la autoridad te provoca pavor.
- ¿Autoridad? Os equivocáis, no me importa que siguas más a
la justicia que yo.
- ¿Y entonces? -Dije caminando ya hacía la escalera de
caracol que conducía a las puertas. Debíamos bajar mucho así que mejor, si empezábamos
a caminar ya.
-Mi padre era militar. General, como vos.
- ¿El hijo de un general, pirata? Ahora sí que no entiendo
nada.
-No lo conocí siquiera, dejo preñada a mi madre y se marchó,
como hacían todos.
- ¿Todos?
Gorka me miró de reojo y susurró:
-No sé porque te estoy contando esto.
-Seguro que es por el vestido, tal vez te genere más
confianza esta imagen de mujer débil y noble.
-Lo creas o no, no me gustan las mujeres débiles y
estúpidas.
-A mí tampoco. -Dije poniendo el pie en el primer escalón.
Me di la vuelta al ver que se paraba allí.
- ¿No te han contado lo que es esto?
-Sí, no me paro por eso.
- ¿Y bien?
-No pareces una general.
-Ya te he dicho que es por el…
-No hablo de visualmente, sino de tus modales. Perdóname por
lo de antes.
-Perdóname tu a mí, no sé nada sobre ti. -Dije bajando la cabeza.
-Si no hubiera sido soldado de bien seguro que hubiera sido ladrona. No se me
daba mal. -Dije girándome.
Gorka rio y dijo:
- ¿La general Cortés robando?
-Salvador lo sabe, por eso me ha puesto en esta patrulla. Fueron
tiempos difíciles.
-No me hablas en serio.
Rei, sonriendo, me paré de nuevo y lo miré:
-Bueno, no seré tan profesional como tú, pero en un buen
día, de niña, en mi pueblo he llegado a robar hasta veinte anillos de oro y plata.
Gorka sonrió.
-Así que no eres noble.
-Claro que no. No soy más que una ladrona, como tú. Aunque
me duele reconocerlo, ya sabes, me he acostumbrado al honor de una general, no
de una simple ratera. -Dije retomando la marcha hasta llegar en frente de la
puerta cuarenta y seis, allí, Gorka y yo nos miramos sujeté el pomo de esta y
la abrí lentamente.
- ¿Listo? -Pregunté.
-A vuestras ordenes, Cortés.
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